jueves, 19 de julio de 2007


¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de La Cruz (1651-1695)
(...)
¡Qué alma tan delicada! De la mayor fineza, como ella misma habría atestiguado. Es evidente que, en más de una ocasión, anduvo melindreándome las obras. No de otro modo se explica su uso vigoroso de la antítesis y el retruécano. Su repetición de la voz “riqueza” es casi enojosa, batológica, si reparamos demasiado en ella. Más la monja se la ha arreglado para que no nos moleste. Es sin dudas lo mejor que ha dado la Nueva España. Después de Ella, claro está.

3 comentarios:

Carlos Mal dijo...

Quevedo qué bueno que la has encontrado. Y si encuentras lo último que ella escribió, las últimas palabras que salieron de su pluma (no entintada, sí sanguinosa) sentirás que te clavan sus uñas mil harpías en el pecho asantiagado que tenés, che.

Anónimo dijo...

pero te recuerdo, meu amado, que a veces anduvo también coqueteando con tu archienemigo: el gongorete... demasiado oscurecimiento, mucha mitología, mucho decir sin decir... pero sólo un poco le coqueteó, nada que te pueda molestar a ti demasiado.

dices bien... esa delicadeza suma sólo se repartió en la nueva españa entre ella y Ella (o sea esta dueña de tus versos, Tudons)
;)

Francisco de Quevedo y Villegas dijo...

Habremos de perdonarle su Primero sueño que, por demás, mis fuentes me informan que la versión que conocemos está adulterada. Pues el plan original, según todo indica, era puramente conceptista. Mas al pasar por las manos del gongoronzuelo que le enfermaba el espíritu y llevó, finalmente, a su pobre alma a la locura, el tal Carlos de Singüenza y G., el poema quedó completamente oscurecido y malogrado.
Pecata minuta. Hay más que agradecer!